La leyenda Ibera de Aníbal
La trillada y certera frase: “La historia la
escriben los vencidos” parece querer aparecer con una verdad bajo el brazo.
La realidad histórica y arqueológica de la narración romana sobre la
Segunda Guerra Púnica, se contradicen. La primera, la narración histórica,
aparece plagada de contradicciones y misterios. La segunda parece poner orden y
concierto en el mito escindido y transcrito a beneficio del pueblo finalmente
dominante y para el que colaboraron los historiadores bajo el escrutinio
romano.
Ésta será uno de los puntos a abordar durante la presentación del libro:
“La Leyenda íbera de Aníbal” en el Café Saraguato de Córdoba, Ver.
La novela aborda los sucesos acaecidos desde antes del 247 a.C., fecha casi
certera del nacimiento de Aníbal, uno de los estrategas más considerados y
respetados del Orbe. Poco antes del acontecimiento que marcaría un hito en la
historia antigua y en la militar, Amílcar Barca, padre de Aníbal, cartaginés de
nacimiento y jefe de las milicias de su nación, libraba una batalla contra los
romanos por la posesión de la isla de Sicilia, territorio cartaginés que por
intereses comerciales ansiaban poseer los romanos. Amílcar mantenía su
prestigio de general invicto por mar y tierra, cuando inesperada e
incongruentemente, recibió desde Cartago la orden de capitular a favor de Roma.
Las razones podrían parecer vagas e imprecisas, pero para una nación
enriquecida y próspera por el comercio, las guerras, especialmente las guerras
largas, perjudicaban considerablemente el nivel de vida de la nación,
concretamente de los comerciantes más ricos. Algunos de ellos se habían
abjurado en contra de sus propias milicias y a favor de Roma, la cual otorgaba
jugosas tajadas como compensación. Sin embargo, y a pesar de la costumbre
cartaginesa de firmar un armisticio en lugar de proseguir una guerra costosa y
perjudicial para sus intereses, Amílcar sabía que los romanos no se darían
jamás por satisfechos. Conocía a profundidad las razones económicas y el
carácter ambicioso y sanguinario de un pueblo sin riqueza mineral, preciso y
precioso para construir su propio imperio. Años antes habían asolado la región
de sus antepasados Etruscos. Posteriormente la Galia, y las zonas aledañas a su
todavía pequeño imperio, sin que su sed de sangre y necesidad de riquezas para
reconstruirse económicamente cesaran.
Amílcar dio un paso adelante convenciendo al senado de la necesidad de
aliar a Iberia (hoy España) a su causa, antes de que los romanos la invadieran.
El inicio fue sangriento, pero los cartagineses, proclives a los pactos antes
que al enfrentamiento, acudían a los matrimonios concertados con princesas
íberas que les otorgaran derechos políticos sobre los militares.
Muerto Amílcar, Aníbal tomó el control de las tropas y expulsó a los
romanos de territorio ibérico. Posteriormente preparó su siguiente paso: la
invasión a Italia. Los motivos, alejar la guerra de Iberia y Cartago y detener
a los romanos en sus ansias expansionistas.
Según los romanos, tras quince años en Italia, sin tropas de refresco ni
ayuda alguna de su patria, a pesar de la batalla más laureada en toda la
historia militar, reproducida en la novela, Aníbal perdió la última y
definitiva batalla, en Zama, territorio cartaginés, a manos de Escipión,
condecorado por sus contemporáneos con el apelativo: El africano.
Esta es, a grandes rasgos, la historia que narra la novela, a la que se han
agregado personajes ficticios y reproducido los reales, por necesidades
narrativas y para ejemplificar a pequeña escala, la vida común del pueblo
ibérico de la época. Y sin embargo, los recientes restos arqueológicos parecen contradecir
el último acontecimiento.
A decir del escritor tunecino Abdelaziz Belkodja, no existen rastros, a
pesar de la incesante búsqueda, de un campo de batalla en Zama. Y en cambio sí
existe un enorme puerto militar datado en fechas muy próximas a la mencionada
batalla, lo cual contradice la historia romana. Esto ha llevado a considerar, a
reservas de nuevos hallazgos, que existen probabilidades muy altas de que tal
enfrentamiento no se hubiese jamás llevado a cabo y en cambio se obligase a
Aníbal a firmar un armisticio, tal y como se había hecho con su padre durante
la primera guerra con Roma, que Cartago pagase indemnizaciones de guerra para
terminarla de una vez y poder continuar con la provechosa y productiva
actividad comercial que los había hecho el imperio más rico y pujante de todo
el Mediterráneo. De tal manera, los restos descubiertos del enorme puerto
militar en Cartago, junto con la “misteriosa” expansión, enriquecimiento y
progresiva prosperidad de la nación cartaginesa, además de la cruelmente
apasionada búsqueda de Aníbal por parte de unos resentidos y celosos romanos,
heridos en su amor propio por haber sido puestos en jaque por una nación a la
que denominaban “bárbara” y un hombre que parecía poseer capacidades
ilimitadas, parecen brindar hoy día una verdad que se había tratado de ocultar
durante más de veintidós siglos: Cartago jamás perdió ni la primera, ni la
segunda guerra con Roma.
Aunque la novela se escribió antes del novedoso descubrimiento, se
mencionarán dichos detalles, además de algunos errores históricos detectados,
además de otros tantos de edición.
La romántica suerte final de Aníbal se encuentra en la historia romana, tal
y como al final de las páginas de la novela, así como la de su patria y la de
todas las naciones del Mediterráneo.
Reseña de la autora Laura Fernández-Montesinos al presentar su libro
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