El Oro colonial
Algunos
descendientes de los mercaderes que embarcaron su oro, así como el actual
gobierno de Perú piden derechos sobre el tesoro, abriendo la posibilidad de que
toda la América colonial pueda reclamar todo el oro de los altares de España. Sin
embargo el Juez actual nos dice ¿Sabe qué? Esto podría hacernos llegar al
principio lógico: Adán y Eva y todos somos descendientes. Lo que no se sabe,
pero se intuye, es el destino y albergue que tendrán tales monedas.
Lo que si se sabe
es que en 1961 tanto Franz Fanon como Jean-Paul Sartre denunciaron en “Los
condenados de la
Tierra ” que no hace mucho tiempo
habitaban la tierra quinientos millones de hombres que disponían del Verbo y
mil quinientos millones de indígenas que lo tomaban prestado.
“Entre aquéllos y éstos, reyezuelos vendidos, señores
feudales, una falsa burguesía forjada de una sola pieza servían de
intermediarios. En las colonias, la verdad aparecía desnuda; las "metrópolis"
la preferían vestida; era necesario que los indígenas las amaran. Como a
madres, en cierto sentido. La élite europea se dedicó a fabricar una élite
indígena; se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, con hierro
candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la
boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes;
tras una breve estancia en la metrópoli se les regresaba a su país,
falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían ya nada que decir a sus
hermanos; eran un eco; desde Madrid, París, Londres, Ámsterdam nosotros
lanzábamos palabras: "¡Partenón! ¡Fraternidad!" y en alguna parte, en
África, en Asia, otros labios se abrían: "¡...tenón! ¡...nidad!" Era la Edad de Oro.
Aquello se acabó: las bocas se abrieron solas; las voces,
amarillas y negras, seguían hablando de nuestro humanismo, pero fue para
reprocharnos nuestra inhumanidad Nosotros escuchábamos sin disgusto esas
corteses expresiones de amargura. Primero con orgullosa admiración: ¿cómo?,
¿hablan solos? ¡Ved lo que hemos hecho de ellos! No dudábamos de que aceptasen
nuestro ideal, puesto que nos acusaban de no serles fieles; Europa creyó en su
misión: había helenizado a los asiáticos, había creado esa especie nueva. Los negros
grecolatinos. Y añadíamos, entre nosotros, con sentido práctico: hay que
dejarlos gritar, eso los calma: perro que ladra no muerde….”
Sin ninguna lógica
el juez del caso del tesoro nos quiere llevar al cuento de Eva y Adán, pero los
aun indígenas esclavizados de América ¿lógicamente? seguirán sin nunca
disfrutar el valor de su trabajo y sudor acuñado en las monedas que se quedarán
sin duda para adornar la corte de los actuales borbones aun en el trono de
España.
Escrito por: Francisco Javier Chaín Revuelta
Escrito por: Francisco Javier Chaín Revuelta
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