viernes, 2 de marzo de 2012

El oro colonial


El Oro colonial
La fragata Nuestra Señora de las Mercedes partió de Montevideo el 9 de Agosto de 1804. Su misión era llevar a Cádiz caudales y frutos de Lima y de Buenos Aires. Para el 5 de Octubre en la Batalla de Santa María un barco inglés la hundió a cañonazos junto con  595.000 monedas de plata y oro donde la efigie de Carlos IV se acuña en los reales de a ocho. Doscientos años después la fragata cumplió su objetivo y ha llegado por fin (Feb/2012) a España tras una larga batalla legal contra los cazadores de tesoros de la compañía estadounidense Odyssey.

Algunos descendientes de los mercaderes que embarcaron su oro, así como el actual gobierno de Perú piden derechos sobre el tesoro, abriendo la posibilidad de que toda la América colonial pueda reclamar todo el oro de los altares de España. Sin embargo el Juez actual nos dice ¿Sabe qué? Esto podría hacernos llegar al principio lógico: Adán y Eva y todos somos descendientes. Lo que no se sabe, pero se intuye, es el destino y albergue que tendrán tales monedas.

Lo que si se sabe es que en 1961 tanto Franz Fanon como Jean-Paul Sartre denunciaron en “Los condenados de la Tierra” que no hace mucho tiempo habitaban la tierra quinientos millones de hombres que disponían del Verbo y mil quinientos millones de indígenas que lo tomaban prestado.

“Entre aquéllos y éstos, reyezuelos vendidos, señores feudales, una falsa burguesía forjada de una sola pieza servían de intermediarios. En las colonias, la verdad aparecía desnuda; las "metrópolis" la preferían vestida; era necesario que los indígenas las amaran. Como a madres, en cierto sentido. La élite europea se dedicó a fabricar una élite indígena; se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia en la metrópoli se les regresaba a su país, falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran un eco; desde Madrid, París, Londres, Ámsterdam nosotros lanzábamos palabras: "¡Partenón! ¡Fraternidad!" y en alguna parte, en África, en Asia, otros labios se abrían: "¡...tenón! ¡...nidad!" Era la Edad de Oro.

Aquello se acabó: las bocas se abrieron solas; las voces, amarillas y negras, seguían hablando de nuestro humanismo, pero fue para reprocharnos nuestra inhumanidad Nosotros escuchábamos sin disgusto esas corteses expresiones de amargura. Primero con orgullosa admiración: ¿cómo?, ¿hablan solos? ¡Ved lo que hemos hecho de ellos! No dudábamos de que aceptasen nuestro ideal, puesto que nos acusaban de no serles fieles; Europa creyó en su misión: había helenizado a los asiáticos, había creado esa especie nueva. Los negros grecolatinos. Y añadíamos, entre nosotros, con sentido práctico: hay que dejarlos gritar, eso los calma: perro que ladra no muerde….”

Sin ninguna lógica el juez del caso del tesoro nos quiere llevar al cuento de Eva y Adán, pero los aun indígenas esclavizados de América ¿lógicamente? seguirán sin nunca disfrutar el valor de su trabajo y sudor acuñado en las monedas que se quedarán sin duda para adornar la corte de los actuales borbones aun en el trono de España.

Escrito por: Francisco Javier Chaín Revuelta

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